Ni el impactante debut de Lee Su-Jin en el mundo del largometraje ni el reconocimiento internacional sirvieron para que más de un puñado de salas proyectasen su película en nuestro país allá por el 2014. A pesar de que el cine surcoreano lleva años ganándose a pulso el reconocimiento de la crítica con un amplio abanico de propuestas que van desde las superproducciones de tipo hollywoodiense como Roaring currents, hasta la seductora y algo desconcertante La doncella, para España, Corea aún es esa “gran desconocida”. Afortunadamente hay vida más allá de Old Boy.
Hang Gong-Ju (Princesa en España) permaneció poco tiempo en las salas que deciden proyectarla. Quedó y quedará inevitablemente relegada a esos refugios de la cultura cinematográfica llamadas filmotecas, en las que algunos van a guarecerse de vez en cuando cegados por la “luz” de los grandes cines comerciales. Tras los vertiginosos cambios de planos, la magnificencia de los efectos especiales y la pornografía sentimental a la que acostumbran, el ojo necesita descanso. Por supuesto el cine coreano también se sube al carro del mainstream con obras como Train to Busan ¿Otra de Zombis? Sí. Otra. Pero cuidada y trabajada hasta el punto de, aun con sus fallos y críticas, hacer disfrutar a un espectador que antes de pulsar el play podría preguntar: “¿otra de Zombis?” Sí. Otra. Pero esta vez surcoreana.
El ojo necesita reposo. No se trata de enarbolar épicos discursos contra el cine comercial ni comenzar una cruzada contra éste. El primero que disfruta de él es un servidor. Pero es innegable. El ojo, de vez en cuando, necesita reposo. Podría entenderse entonces que Hang Gong-ju es una película moderada, con una fotografía cuidada, con una trama de tiempos lentos que avanza progresivamente, pero sin aspavientos, a su desenlace. Y estaríamos en lo cierto. Pero quizá también podría malinterpretarse que es una película apacible, serena, una película poética de la que disfrutar relajados. Y estaríamos, entonces, equivocados.
Cuando el ojo descansa. Cuando no está “cegado” por el efecto especial, la vida banal pone a funcionar a toda máquina al cerebro y al corazón. Comienza otro tipo de actividad. No una frenética y desaforada, sino de otra índole. Esa otra actividad es “más activa que la pura hiperactividad”, si se me permite citar al filósofo surcoreano Byung-Chul Han. No debe malinterpretarse entonces el “reposo” del ojo con “tomarse unas vacaciones”.
Hang Gong-Ju toma el infame caso que se conoció en los medios como Miryang gang rape(La violación en grupo de Miryang), en el que unas niñas fueron violadas por una banda de más de cuarenta estudiantes de instituto. La historia de Gong-Ju (protagonista de la película) es la de una niña que trata de reinsertarse en la sociedad. Las ayudas por parte de su entorno son más bien escasas. Una madre que quiere olvidarse de ella y de todo lo sucedido, un padre alcohólico, un antiguo instituto que reniega de su alumna ante el escándalo… En un momento de la película Gong-Ju plantea: “Si la culpa es de ellos, ¿por qué tengo que ser yo quien huya?”. El filme muestra una crítica a una sociedad como la surcoreana que, presentándose como moderna y una de las más avanzadas de Extremo Oriente, aún conserva dentro de sí los problemas del machismo y la desigualdad más rancia (problemas de los cuales por cierto nuestra propia sociedad no se libra).
Analizar la película desatendiendo algunos aspectos de la idiosincrasia coreana puede llevar al espectador a realizar una crítica algo simplista y siempre debe tomarse perspectiva cuando desde Europa abordamos mundos que quedan algo lejos. A pesar de ello, el propio Lee, consciente de los problemas que impregnan a su sociedad trata de reflejar algunos acontecimientos significativos: la protección de los criminales por ser hijos de quienes son, la culpabilidad que de manera más o menos indirecta es vertida sobre las víctimas, la protección de unos padres que no miran más allá del bienestar de su propia familia, la negligencia y pasividad de la policía, etc. La declaración de uno de los padres en una de las entrevistas en televisión lo resume todo: “¿Por qué deberíamos sentir perna de las familias de las víctimas? ¿Por qué no consideran nuestro sufrimiento? ¿Quién puede resistir la tentación cuando unas chicas están intentando seducir a unos chicos? Deberían haber enseñado a sus hijas cómo comportarse para evitar este tipo de accidentes”.
Nuestros ojos, que ahora libres de la ceguera y aclimatados a un ambiente más tenue y oscuro pueden moverse libre y apaciblemente por la pantalla, son “heridos”. Queremos cerrarlos ¿Porque las imágenes de una violación son escabrosas y no queremos ser partícipes de aquello? No. Como Lee Su-Jin expresó: “decidí enfocarme más en la vida de (una) de las víctimas más que en el crimen en sí”. El director no se recrea en el acto ni mucho menos. Apenas se ve, ni siquiera es referido directamente hasta el final de la película. A pesar de ello queda sugerido desde el principio lo que pasó. Y, lamentablemente, nuestros peores miedos se van haciendo realidad conforme la trama avanza, desvelándonos lo que sabíamos y no queríamos saber.
La retraída y triste Gong-Ju esconde, más bien arrastra, algo que incomoda al espectador y llega a sacar de quicio a algunas de sus nuevas amigas en su nuevo instituto. No quiere que nadie la filme a pesar de que una agencia de jóvenes talentos musicales quiere contactar con ella después de que sus amigas la grabaran a escondidas cantando. No quiere que nadie la encuentre porque en el momento en el que el crimen llegue a la opinión pública, su vida será imposible de apaciguar.
Y mientras la historia de su “nueva” identidad se desarrolla nutrida de los flashback de su anterior vida y del hecho que la descalabró, la muchacha toma clases de natación. No sabe nadar y cuando lo hace patalea fuerte, salpicando molestamente a cualquiera que esté alrededor.
Ante las dotes musicales de Gong-Ju, el nuevo grupo de amigas debate sobre su futuro: “Entonces dinos, ¿cuál es tu sueño?”. “Nadar un largo de piscina”, contesta. ¿Por qué? “Porque si te hundes te mueres”. ¿Hay esperanza al final de Han Gong-ju? Desde luego no a la manera del happy end propio de esas otras luminosas y enormes salas de cine. “Quise hacer una película sobre cómo una muchacha lucha para no perder la esperanza (…) para dar coraje a todas las Han Gong-ju del mundo que se encuentran en la misma situación”, explicó Lee Su-Jin. Y a pesar de ello, una de las amigas de Gong-Ju en aquella conversación le recuerda: “No te servirá de nada. Al final de la piscina hay un muro”.
El final, la última escena, es la clave. Su interpretación permite dos posturas, la más esperanzadora y la más cruel. Aun así, incluso la primera está teñida de la segunda y es que la historia de un trauma como este no se supera en dos horas de película. Tampoco es un episodio agradable de presenciar ni de filmar y por ello ir a la filmoteca y “sufrir” con una película “maravillosa” como esta se torna una responsabilidad. Sea como sea, nuestros ojos lo agradecerán.
Artículo cedido por Jaime Romero Leo (publicado originalmente en la revista Drugstoremag).