Del 1910 al 1945, la península coreana estuvo bajo el dominio japonés.
Al final del período Joseon (조선, 1394-1910), los japoneses ocuparon la península coreana hasta que terminó la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, esta época fue muy dura. Los primeros diez años el gobierno fue totalmente militar, y cualquier coreano que se revelase sufriría duras consecuencias. Sin embargo, también hay que destacar que los anteriores solían tener cierta libertad de expresión; descontentos con la mano dura japonesa, el 1 de marzo de 1919 comenzaron las protestas. Con unas sólidas bases sociales, la Corea de hoy en día se ha ido formando con movimientos como este.
Por otra parte, la ocupación japonesa también trajo una ola de modernización a Corea. Se produjo un rápido crecimiento urbanístico y una gran expansión comercial. Además, inventos como la radio o el cine llegaron a Corea durante esta época. También fue durante estos años cuando la industria de la península al fin se modernizó.
El objetivo principal de estos cambios fue enriquecer a los japoneses. Además de reforzar sus recursos para las guerras contra China y del Pacífico. Pero estos avances ayudaron mucho a Corea después de su liberación. Tras la rendición del país nipon en 1945, Corea pasó a ser la segunda nación más industrializada de Asia, tras Japón.
Herida abierta
Uno de los aspectos más oscuros de este período, que aún crea tensiones hoy en día, ha sido el de las «mujeres de confort». Durante el período de guerra (entre el 1937 y el 1945), muchas mujeres coreanas fueron obligadas a trabajar en empresas japonesas sin recibir ningún tipo de paga. También, decenas de miles de mujeres coreanas, adultas o adolescentes, fueron obligadas a ser esclavas sexuales de los soldados japoneses. Según el testimonio de una mujer que vivió la invasión japonesa:
«Las que peor hablaban japonés eran a las que más se llevaban (…). Mitsubishi era una de las compañías que más obligaban a las coreanas a realizar trabajos forzados».
En definitiva, todos los períodos coloniales consisten en destruir una cultura y tradición ya creadas para implantar una nueva que, a ojos de los invasores, es mejor. La invasión japonesa de la península coreana no fue diferente, acabando con la vida de personas inocentes y esclavizando a todas las mujeres posibles que no formasen parte de la aristocracia de la época.
Aunque fueron los japoneses los que trajeron la modernización e industrialización a Corea, esto no es pretexto para destruir las raíces de la península. Cada sociedad tiene derecho a evolucionar a su manera, y las demás potencias ya avanzadas deberían de intentar que este cambio fuese cooperativo en lugar de invasivo. Con una herida que no termina de cicatrizar, Corea, ahora dividida, sigue su propio camino, mejorando poco a poco sus relaciones con los invasores de tiempos pasados.